كتاب وآراء

MI AMIGO EL COMBATIENTE HERIDO.

Hasta pronto, dijo cuando salió de su ciudad para ir a luchar en el frente contra la invasión marroquí.
Nació en el Aaiun, mi ciudad, la tuya y la de muchas y muchos, donde cultivó su infancia y diez primeros años de juventud. Jamás pensó que algún día podria verse obligado a abandonarla; pero comprobaría con cierto pudor y estupor que a veces las circunstancias y sus calamidades resutantes obligan a doblegarse, que no por ello a abandonar los sueños.
¿quien iba a decirle que si daba aquel paso puede que no vea más las calles de su ciudad natal? Finalmente dio el paso. Se fue a la Hamada, tierra maldecida por sus antepasados y, hoy por hoy, hogar bendito, prestado a sus padres y hermanos; y a él también.
Alzado en armas, entre guerra y exilio forjó su juventud. No se arreglaba su larga melena. No se afeitaba a menudo; pero cuando eso, se daba cuenta de lo rápido que pasa el tiempo y el terrible cansancio que provoca en él la erosión del mismo. La idea de aquella probalidalid, más que posibilidad, de no volver a El Aaiun le nublaba la razón. Cuántas veces de tantos dias se perdía en los recuerdos de su ciudad natal, recorriendo su geométrica forma en cruz mientras caminaba sorteando arbustos y acacias por todo Zammur. Esa tierra que tan bien conoce fusil al hombro y tantas veces desminó.
Y ahora que ya no va a empuñar su arma en el frente de batalla, oye, observa, escucha y calla. Una mina invasora amputò sus piernas. Desde entonces tiene la sensación que su vida útil llegó a su fin.
Se lamenta por el tiempo que cree haber perdido entre idas y venidas a hospitales de medio mundo, de años de convalecencia. Le embarga una impotencia que no sabía o más bien no quería disimular delante de sus compañeros de estado fisico y mental.
Sus atardeceres en la Hamada, suelen ser un respiro a lo largo de ocho meses, de los doce que tiene el año. Cada tarde,a dos horas aproximadamente de cuando en el desierto, el sol se inclinaba para tomar la rampa de descenso, salía a incorporarse a los compañeros que algunos habían hecho la siesta a la sombra fresca que proyecta la pared este del centro de lisiados de guerra, donde repartían y compartian experiencias. Contaban anécdotas y bromeaban. Siempre tenían cosas de que hablar. Es lo que tiene la guerra que da mucho que contar. Pero él destacaba por el cometido que le había tocado desempeñar en la guerra: allanar el camino, aquel que “se ha de volver a pisar” para que sus compañeros combatientes puedan acceder a las petrechadas trincheras invasoras; pero aquella trémula madruga que anunciaba la incorregible salida del sol truncó su sueño de continuar allanando caminos para sus compañeros combatientes.
B. Lehdad.

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